Monseñor Romero


El Papa Francisco organizó la semana pasada la beatificación del Padre Arnulfo Romero.   Este acción del Vaticano, tiene tantas lecturas como católicos, latinoamericanos, victimas o victimarios se quieran consultar.

Para comenzar, desde hace muchas décadas,  casi desde su muerte en 1980, la figura y el simbolismo de Monseñor Romero han sido indiscutibles.  La cultura popular se apropió del símbolo, desde las calles de El Salvador, Centroamérica en general y luego toda América Latina. Una buena muestra fue la canción del cantautor panameño Rubén Blades, el padre Antonio y su monaguillo Andrés, que de inmediato se convirtió en uno de los himnos de los años 80 y 90.

Pero quizás habría que pensar por un momento en quienes dieron la orden de eliminar físicamente a  Monseñor Romero, a quienes la ejecutaron y en quienes pensaron que con su muerte, podrían obtener una ganancia o quizás hasta una victoria.  La guerra civil en Centroamérica en la década de los ochenta, fue un cruento campo marginal de la guerra fría. Para la Administración Reagan, evitar el efecto domino de un comunismo sin control, justificaba lo que fuera.  Muchos agentes locales se convirtieron en ejecutores absolutos de verdades absolutas. El simplismo de ver todo blanco o negro, causó muchos muertos, desaparecidos, refugiados y en suma un dolor grande, de continente, que aún hoy se siente.  En Centroamérica y en áreas de Washington y Nueva York, amplias comunidades salvadoreñas superviven en un exilio que se volvió permanente y cuyas secuelas políticas aún se viven.

Pese a todo, la sensación de victoria fue corta, ya que en menos de dos décadas, el Frente Farabundo Martí, asumió el poder en el país y quienes gobernaban pasaron al retiro. Por eso, el reconocimiento de la iglesia católica, de la existencia de un mártir y santo en Arnulfo Romero, cierra la puerta a cualquier interpretación victoriosa sobre la muerte de un hombre y pone al proceso de reconciliación nacional en una dimensión distinta.

Desde Roma, el Papa Francisco va cerrando las heridas que la interpretación que tuvo el Vaticano de la Teología de la Liberación, hombres y mujeres que hasta hace relativamente poco tiempo eran casi prohibidos y muy mal vistos por la Iglesia Católica comienzan a ser rehabilitados y muchos curas y monjas que en América Latina no habían querido hablar, ahora comienzan a forzar una acción de la iglesia mas cercana a la gente, como repite hasta el cansancio el Papa Berdoglio.


Pese a todo el continente sigue en transito.  Las guerrillas de antes, parecen entregar las armas y los muertos, jóvenes en su mayoría, ya no responden a una causa política, sino a una inseguridad que se vuelve estructural y refleja problemas mucho más profundos que los debates de blancos y negros en los ochenta. Dios quiera que el ahora nuevo santo, nos haga el milagrito y nos lleva una senda de paz.

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