La celebración en Europa ha tenido varios denominadores comunes: pero quizás el más urgente es la idea que está será la última celebración importante que tenga el fin de la guerra que cuente con la participación de supervivientes del conflicto. Es por ello por lo que muchos intelectuales y periodistas se preguntan sobre el impacto que tendrá en el país la ausencia del relato en vivo, que todo se convierta en historia de libros.
En lo personal, creo que la forma como se celebró el fin de la guerra contra los fascismos y la idea de imponer un país sobre los otros nos está demostrando que la ausencia de los supervivientes en el conflicto ya está teniendo graves consecuencias. Ninguno de los lideres mundiales o sus asesores tuvo conciencia de lo que significó la guerra, quizás de sus consecuencias, pero no de los horrores de la guerra.
La Carta de la ONU, en su preámbulo, en las primeras líneas dice lo siguiente: “Nosotros los pueblos de las Naciones Unidas resueltos a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra que dos veces durante nuestra vida ha infligido a la Humanidad sufrimientos indecibles”.
La ONU fue creada por lideres que habían sufrido, en dos ocasiones en sus vidas, “sufrimientos indecibles a la humanidad” como consecuencia de los horrores de la guerra como lo describe la propia Carta de la ONU”. Ese espíritu de evitar a la humanidad más muertes, más aniquilación, más guerra fue lo que unió al mundo para construir un consenso y establecer un mecanismo que gestionara la construcción de la paz.
Las tres celebraciones de los países que triunfaron en la guerra, en diversas capitales es la prueba de cuan roto está el consenso que permitió a través de la ONU crear el sistema que administró la paz, con tensiones y excepciones, pero que detuvo una confrontación global. Pareciera que hoy no hay ni siquiera el espacio para compartir y hablar, verse a las caras y pensar en los valores de la paz.
Unos meses después del fin de la Segunda Guerra Mundial y el establecimiento de la ONU, los países firmaron la Constitución de la UNESCO, como órgano para trabajar por la cultura de paz, con las siguientes palabras: “…las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz.”
Y agrega además el documento fundacional de la UNESCO: “…en el curso de la historia, la incomprensión mutua de los pueblos ha sido motivo de desconfianza y recelo entre las naciones, y causa de que sus desacuerdos hayan degenerado en guerra con harta frecuencia.”
La idea de la UNESCO fue clara, era necesario compaginar la acción política internacional con la educación y creación de una cultura de paz. Transcurridos casi los 80 años del establecimiento del sistema internacional para la gestión de la paz, parece que los lideres y una parte de la población que apoya a los lideres del mundo, quieren regresar al punto de partida. La guerra no es una solución. Nunca lo ha sido, y cada civilización que se hunde en la guerra, se da cuenta y trata de pasar el legado a la siguiente. Sin embargo, la muerte de la voz que sufrió en carne propia de la guerra mata también la veracidad y la urgencia del mensaje.
El discurso que oímos es tan fragmentado y las voces que no condenan la guerra, construyen poco a poco la justificación para un conflicto. La búsqueda de la paz no está en la agenda. En los medios vemos guerras comerciales, ataques y contraataques en diversas partes del mundo, sin que oigamos la voz que llame al dialogo. Este diagnóstico no se limita solo a la confrontación global, también se repite a nivel local en muchos y muchos países del mundo.
En estos primeros 80 años del fin de la Segunda Guerra Mundial, es muy urgente volver a la mesa, volver a la casa y sentarse a compartir diferencias. No es necesario romper la casa común para reconstruirla. Siempre hay espacio para agregar otra silla, ampliar la mesa y dividir la comida. No permitamos que se destruya la casa de todos, para darnos cuenta de que hubiera sido más fácil abrir las puertas y compartir la paz.
Nota: publicado en la edición en papel de el diario La Nación, Costa Rica, 28.05.25
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