Tuve la
oportunidad de visitar durante la semana pasada Madrid, en ocasión de la
invitación de la Universidad Alfonso X El Sabio, para dictar un curso de
Derecho Internacional. Vivir esta semana
en la capital española, me otorgó una visión de primera mano de la crisis que
vive ese país que quiero compartir con Ustedes.
Los
indicadores económicos del país empeoran a cada instante, en la calle se habla
de las reducciones de personal en compañías, emblemáticas en muchos casos, como
Iberia o el periódico El País. El número de locales cerrados, con el aviso de
venta o alquiler se encuentran por doquier. Los bancos, obligados por el
programa de ajustes impuesto por la Unión Europea, han establecido compañías
para manejar las gran cantidad de inmuebles ejecutados para poderlos vender; e
incluso en las noticias es una constante los desalojos de las casas y los
arreglos que entre dueños, policías y deudores llegan, para darle a familias
enteras, 15 días o un mes para encontrar un nuevo hogar. Las noticias de
españoles emigrando son una novedad en la prensa.
Esta grave
situación económica tiene muchas raíces, algunos la explican con el alto nivel
de vida de los años anteriores o no haber establecidos los recortes necesarios
ante la recesión que se avecinaba. Otra explicación se enfoca en la pérdida de
capacidad real que los países de la zona euro tienen para manejar su economía.
En otras épocas, el Gobierno Español habría devaluado su moneda y rápidamente
hubiera puesto las cuentas en positivo y los flujos de turistas se hubieran
multiplicado. Sin embargo, eso no es una opción en la realidad europea del
Euro.
Esta grave
situación económica se ha encontrado, de manera sorpresiva con un discurso
separatista de alto volumen por parte de algunas comunidades autónomas,
especialmente el caso de Cataluña, que en vísperas de elecciones parlamentarias
busca ganancias rápidas. Este discurso
ha exacerbado sectores de la sociedad española y perciben los movimientos
separatistas como una traición en el peor momento de la contemporaneidad
española.
Sin
embargo, en el Madrid nocturno apenas se nota la crisis. Los teatros no están a
reventar, pero las obras continúan con ofertas para atraer espectadores, los
bares de tapas y restaurantes están a reventar de gente que discute la
profundidad de la crisis y cuanto tardaran en recuperarse. De hecho, si las
conversaciones no se oyeran de fondo, parafraseando a Hemingway, Madrid sería
una fiesta. Ese espíritu tan particular del madrileño de celebrar cualquier
acontecimiento y unirse alrededor de una tapa en el bar de la esquina sigue
intacto, esperando la oportunidad para poder disfrutar de la vida. Sin duda
vendrán mejores tiempos, pero mientras tanto esperamos que la mesura de la
clase política regional entienda que siempre se puede perder más en aventuras a
corto plazo que en la construcción de una sociedad donde puedan entrar
todos.
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