Durante las ultimas semanas, una especie de sedante global
ha dejado a un lado de los noticieros los graves problemas mundiales. Pero
aunque el espacio de deportes tome mas tiempo del normal y un sentimiento de
unidad nacional amalgame algunos países, por las buenas o por las malas, como
el caso de Costa Rica, Colombia o Brasil, la agenda internacional se complejiza
y algunos temas han alcanzado cotas muy graves.
En este caso quisiera enfocarme en el tema de los Derechos Humanos en el
continente americano.
La Asamblea General de la OEA finalizada en Paraguay deja
ver una situación de normalidad institucional, donde los Estados del ALBA y
quienes apoyan sus posturas, insistieron en la necesidad de reformar el Sistema
Interamericano de Protección de Derechos Humanos, en especial mudar la sede de
la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, de la sede de la Secretaría
General de la OEA en Washington a un país más al sur, en este caso fue
propuesto Haití.
Sin embargo, en la realidad de la agenda de los Derechos
Humanos, el deterioro de la calidad en la región se evidencia con movimientos de personas del
continente hacia lugares donde el proyecto de vida no conduzca a una muerte
anticipada o una disminución de la calidad de vida. Ejemplos recientes han sido
Colombia, Argentina e incluso nuestro país Venezuela por diversas razones. Pero
el drama que se ha vivido en Centro América y México en las últimas semanas, en
donde padres y madres envían a sus hijos menores, niños y niñas a cruzar la
frontera con los Estados Unidos para conseguir una mejor vida, es un claro
símbolo del profundo problema que vive el continente. El rotundo mensaje que
envía un padre que se separa de su hijo y lo envía solo a cruzar una frontera,
donde con suerte será detenido por las autoridades, no deja lugar a lindas
interpretaciones. Es preferible la
probabilidad de un viaje que puede terminar en un incierto sueño americano a la
opción de que su hijo termine en la certeza de una mara o muerte presa de la
inseguridad.
Los Gobiernos del continente, quieren disminuir la intervención
de la protección de los Derechos Humanos, mientras los órganos de protección
van perdiendo su fuerza por la propia acción de los gobiernos. Del otro lado,
la falta de consenso entre las ONG que promueven la agenda de protección,
culmina la crisis que el tema enfrenta. Promover un nuevo consenso continental
que ponga como centro a las víctimas, a los habitantes del continente, sería
una prioridad urgente, por los que están y por los que vienen.
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