Esta semana se cumplen 20 años del genocidio de Ruanda. El 7 de abril de 1994, el avión en que
viajaban el Presidente de Ruanda y de Burundi mientras aterrizaba en la capital
Kigali fue derribado, iniciando la matanza mas sangrienta y rápida que haya
conocido el ser humano.
En menos de tres meses los tutsi y los hutus moderados
fueron masacrados por la hutus radicales, que tenían puestos de gobierno y en
las fuerzas armadas. Policías, militares y miembros de las diversas milicias
mantenidas por el gobierno atacaron por doquier, a un lado y a otro. Vecinos,
colegas, compañeros de trabajo, amigos e incluso familiares casados o que
defendieron la vida tutsis cayeron bajo los machetazos de una población ciega
por el odio dirigido por un gobierno asesino.
Y allí quisiera enfocar este tributo al millón de muertos
ruandeses. La ONU ha señalado este genocidio como un fracaso, en palabras del
Secretario General, pero el problema de fondo no es la papel de la comunidad
internacional, sino que motivó la acción asesina del gobierno. La radicalización de ciertos sectores del
gobierno, el papel de los medios de comunicación, que comenzaron convenciendo a
la población de sus derechos superiores sobre de un grupo sobre otro, luego que
los tutsis robaban sus espacios y propiedades y ya luego, simplemente había que
eliminarlos. Era poner en orden las cosas, no era del todo malo.
Pero, ¿realmente pensaban los jefes del Gobierno en Ruanda
que eliminarían un millón de compatriotas, de amigos, de hermanos? Es difícil
saberlo. Luego de la intervención
internacional, el establecimiento de un tribunal internacional y de mirar los
ríos ruandeses teñidos de sangre, muchos de los castigados se arrepienten de
los sucedido, creo que incluso de la escala de las muertes y de lo que al final
sucedió.
Ningún órgano internacional puede sustraerse al papel
legitimo de un gobierno local, cuya principal obligación es buscar el
equilibrio entre las diferentes fuerzas de un país. El papel fundamental de un gobierno es
proveer del espacio de participación para que todos puedan desarrollar su vida
en paz. Si un gobierno no logra ese papel, las consecuencias están servidas. La
tragedia es conocida.
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