El Brasil del ex Presidente Lula había preparado una agenda
para los próximos años de próximos años. Para este mismo año tenemos la Copa
Confederaciones de Futbol, la Jornada de la Juventud Católica que culminaría
con la visita del Papa Francisco, la Copa Mundial de Futbol el año 2014 y los
Juegos Olímpicos de verano el año 2016.
En otras palabras, el ex Presidente Lula Da Silva le entregó
a la Señora Dilma Rousseff un Brasil que lideraba el mundo multipolar y
que mostraba un sistema político de izquierda democrática, con una base
sindicalista y que mostraba índices de popularidad solidos.
Pero de un día para otro, entre los dos
tiempos de un partido de futbol, esa agenda dorada se discutía en las calles y en
las redes sociales la idoneidad y oportunidad de esos eventos. De allí a las
protestas masivas y permanentes, solo había un paso.
Ya tenemos mas de una semana de
protestas en todo el Brasil, en las principales ciudades del país, pero
especialmente en Brasilia las manifestaciones se dirigieron contra el Congreso,
acusando a los legisladores de proteger la corrupción, mientras se discutía la
limitación de los poderes de la Fiscalía para investigar los casos de
malversación de fondos. Recordemos que
varios miembros del alto gobierno del ex Presidente Lula Da Silva han sido
investigados, acusados y condenados por estas investigaciones.
Podríamos seguir elaborando los
detalles de la protesta de Brasil, pero cabe preguntarse: ¿la protestas en el mundo árabe, los
indignados de España, los que ocuparon Wall Street en los Estados Unidos, por
solo nombrar algunos de los últimos movimientos sociales, pertenecen al mismo
grupo?
Es difícil de determinar. Hay algunos
elementos que son comunes, la ausencia de partidos o grupos políticos
estructurados que lideren los movimientos sociales, el amplio uso de los
teléfonos celulares y las redes sociales, la critica a los partidos políticos y
al ejercicio de la democracia y unos niveles reducidos de uso de la violencia,
ya que las protestas son mas de tipo pasivo que activa. Sin embargo, hay un
aspecto de fondo, estructura y claro, las personas que protestan no quieren una
revolución violenta y sangrienta. No quieren un cambio brusco, no quieren una
junta que intervenga. La gente que protesta en todas partes del mundo quieren transparencia
en la toma de decisiones, que la asignación de recursos económicos tenga una
lógica social y que en general los gobiernos tengan una mayor transparencia y
cercanía con la población.
Los años que han precedido al fin de la
guerra fría, el fin de la historia, la explosión de la globalización han
reducido las barreras de la comunicación acercando los procesos políticos a la
gente. La gente ya no ve a los políticos como figuras honorarias, alejadas de
la gente, con privilegios de reyes. Esa idea ya no existe, los gobernantes se
perciben por la población como verdaderos servidores públicos y eso es el
principal legado de estas protestas.
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