El mundo se sorprendió el día lunes con el anunció de la
renuncia del Papa Benedicto XVI. Toda suerte de rumores han aparecido en los
medios sobre su decisión. Igualmente, un par de semanas atrás, la Reina Beatrix
de Holanda, renunciaba al trono del Reino de los Países Bajos, abdicando a
favor de su hijo mayor.
Ambas decisiones tienen puntos en común a considerar y
grandes diferencias.
El Papado de Benedicto XVI ha estado marcado por la
controversia. Un catedrático, tradicional, venido del mundo de la academia,
terminó sus días en una de las Jefaturas de Estado mas complejas del mundo, no
solo por la carga administrativa de controlar un estado, un conjunto de
nunciaturas y congregaciones alrededor del mundo, para no referirse a la misión
de guía espiritual de millones de católicos en el orbe.
Sin embargo, una campaña general de opinión pública en su
contra, destacando un pasado nazi infantil, sus posiciones tradicionales en
temas teológicos, se convirtieron en una barrera por limpiar las estructuras
vaticanas. Las criticas fueron permanentes, desde fotos enfocadas con un supuesto
saludo nazi, hasta las menciones a la ausencia de la mula y el buey en su
último libro sobre la vida de Jesucristo. La critica fue el denominador de su
pontificado. Pero no me quiero convertir en un analista vaticano o de las
monarquías europeas. Quiero retomar el hilo de la renuncia de los dos jefes de
estado.
La idea de terminar el control total de una estructura
administrativa, dejar a un lado el poder de manera voluntaria, siempre es una
sorpresa. Para quien escribe, demócrata, republicano, convencido de la
alternancia en el poder, estas decisiones son motivos de satisfacción y
alegría.
La dura decisión de separarse voluntariamente del poder, por razones
personales pero sobre todo para el bien del país o de la sociedad que se dirige
es un acto de gran responsabilidad, que debe ser saludado y respetado por la
importancia del acto en si mismo y por sus consecuencias.
Cuando se analizan estas dos decisiones y se piensa en
nuestro país Venezuela, no podemos evitar pensar en la idoneidad de la
candidatura presidencial de Hugo Chávez en Octubre pasado. ¿Desconocía la profundidad de su enfermedad?
Sería una explicación justa. Pero la pregunta del pueblo venezolano y su
dirigencia se centra en la idea de cómo evitar a un país, a un pueblo y a una
sociedad el trauma que en este momento vive Venezuela.
Por eso cuando vemos renunciar a reyes y papas, no podemos
dejar de pensar en una renuncia del Presidente Chávez, que lo ayudará a él a
recuperarse y al país como un todo a seguir adelante.
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